Read:
Luke 1:5-7, 13-15, 24-25, 57-58; (1 Samuel 1:1-28 is good additional reading)
Reflect:
Elizabeth was a godly woman. Like her husband, Zechariah, she was: righteous before God, walking blamelessly in all the commandments and statutes of the Lord (v 6). Her marriage appears to be strong, and she was united with her husband in following the Lord. Yet she had a constant ache in her heart; she was barren. In the culture of the day, she bore the shame associated with being childless. No doubt, she and her husband had prayed in faith a long time (they were now old) for a child (see v 13: Gabriel says that now their prayer has been heard). Her faith and godliness did not exempt her from years of shame, longing and heartache. Perhaps she was encouraged in her prayers by the story of Sarah (Abraham’s wife) who endured her barrenness for ninety years before she miraculously gave birth to Isaac (Genesis 17, 21). Maybe she thought of Manoah’s wife who was childless until the Lord informed her that she would bear a special son, the judge Samson (Judges 13). Most likely, though, she drew strength from the experience of Hannah, who in her barren state wept bitterly and prayed for years to have children; and God heard her cry in the birth of Samuel, a great prophet (1 Samuel 1). Elizabeth’s problem was basic: would the Lord ever respond to her prayers? Nevertheless, she persisted, and did not give up making the desires of her heart known to the Lord.
Elizabeth’s response to the angel’s announcement that she would bear a son is both interesting and instructive. Gabriel had told Zechariah that John’s birth would be accompanied with much joy and gladness (v 14). On the other hand, when Elizabeth realized she was pregnant she did not engage in public rejoicing, but went into extended seclusion (v 24), somewhere in the hill country of Judah (v 39). Why? She needed to reflect on the merciful thing God had done for her and his gracious removal of her reproach in society, She says:
Thus the Lord has done for me in the days when he looked on me, to take away my reproach among people. (v 25).
Realizing how important her child was to be, it would have been easy to boast of her privilege to give birth to the forerunner of the Messiah. No, her response was one of gratitude and worship (no doubt with private rejoicing). Public celebration would come later (vv 57-58). Her reaction to the miracle she was experiencing shows great humility in that she acknowledged the honor belonged entirely to God, not to her piety. Perhaps she felt that immediate public rejoicing would focus the attention on her and detract from the glory due to God alone. So she retired from the public eye to reflect, pray, worship, and wait for the birth of her son.
There is much to learn from Elizabeth. First, it is appropriate to pray persistently about our deepest concerns and longings. Secondly, it is important to be patient in our praying for God’s timing is wiser than ours. Thirdly, our most basic concern should be that the will of God, not our particular desires, be realized. Fourthly, when God responds we must be careful to give him all the credit, rather then trumpet our “successful” prayers. All glory belongs to him.
Respond:
May this excerpt from the Psalms encourage us in our prayers and walk with God.
1 May the LORD answer you in the day of trouble! May the name of the God of Jacob protect you! 2 May he send you help from the sanctuary and give you support from Zion!
3 May he remember all your offerings and regard with favor your burnt sacrifices! Selah
4 May he grant you your heart’s desire and fulfill all your plans! 5 May we shout for joy over your salvation, and in the name of our God set up our banners! May the LORD fulfill all your petitions! 6 Now I know that the LORD saves his anointed; he will answer him from his holy heaven with the saving might of his right hand. 7 Some trust in chariots and some in horses, but we trust in the name of the LORD our God. (Psalm 20:1-7)
Alegría de Adviento de Isabel
Lea:
Lucas 1:5-7, 13-15, 24-25, 57-58; (1 Samuel 1:1-28 es una buena lectura adicional)
Reflexione:
Isabel era una mujer piadosa. Como su esposo, Zacarías, ella era: justa a los ojos de Dios y cuidadosa en obedecer todos los mandamientos y las ordenanzas del Señor (v 6). Su matrimonio parece ser fuerte y estaba unida a su esposo en seguir al Señor. Sin embargo, tenía un dolor constante en su corazón; ella era estéril. En la cultura de la época, ella soportaba la vergüenza asociada con no tener hijos. Sin duda, ella y su esposo habían orado con fe por mucho tiempo por un hijo, pero ya eran viejos. (ver v 13: Gabriel dice que ahora su oración ha sido escuchada). Su fe y piedad no la eximieron de vivir años de vergüenza, espera, y angustia. Tal vez la animó en sus oraciones la historia de Sara (la esposa de Abraham) que soportó su esterilidad durante noventa años antes de dar a luz milagrosamente a Isaac (Génesis 17, 21). Tal vez pensó en la esposa de Manoa que no tenía hijos hasta que el Señor le informó que tendría un hijo especial, el juez Sansón (Jueces 13). Sin embargo, lo más probable es que sacara fuerzas de la experiencia de Ana, quien en su estado estéril lloró amargamente y oró durante años para tener hijos; y Dios escuchó su clamor con el nacimiento de Samuel, un gran profeta (1 Samuel 1).
El problema de Isabel era básico: ¿respondería alguna vez el Señor a sus oraciones? Sin embargo, ella persistió y no dejó de dar a conocer al Señor los deseos de su corazón.
La respuesta de Isabel ante el anuncio del ángel de que daría a luz un hijo es interesante e instructiva. Gabriel le había dicho a Zacarías que el nacimiento de Juan estaría acompañado de mucho gozo y alegría (v 14). Por otro lado, cuando Isabel se dio cuenta de que estaba embarazada, no se involucró en el regocijo público, sino que se recluyó por más tiempo (v 24), en algún lugar de la región montañosa de Judá (v 39). ¿Por qué? Necesitaba reflexionar sobre lo misericordioso que Dios había sido con ella y su la forma bondadosa en la que Dios eliminó su oprobio en la sociedad.
Ella dice:
«¡Qué bondadoso es el Señor! —exclamó ella—. Me ha quitado la vergüenza de no tener hijos» (v 25).
Al darse cuenta de lo importante que iba a ser su hijo, hubiera sido fácil jactarse de su privilegio de dar a luz al precursor del Mesías. No, su respuesta fue de gratitud y adoración (sin duda con regocijo privado). La celebración pública vendría después (vv 57-58). Su reacción ante el milagro que estaba experimentando muestra una gran humildad en el sentido de que reconoció que el honor pertenecía enteramente a Dios, no a sus méritos y piedad. Tal vez sintió que el regocijo público inmediato centraría la atención en ella y restaría valor a la gloria que era solo para Dios. Así que se retiró del ojo público para reflexionar, orar, adorar y esperar el nacimiento de su hijo.
Hay mucho que aprender de Isabel. Primero, es apropiado orar persistentemente acerca de nuestras preocupaciones y anhelos más profundos. Segundo, es importante ser pacientes en nuestra oración, porque el tiempo de Dios es más sabio que el nuestro. Tercero, nuestra preocupación más básica debe ser que se haga la voluntad de Dios, no nuestros deseos particulares. Cuarto, cuando Dios responde, debemos asegurarnos de darle todo el crédito, en lugar de lucir nuestras oraciones “exitosas”. Toda la gloria le pertenece a Él.
Responda:
Que esta parte de los Salmos nos anime en nuestras oraciones y caminar con Dios.
11 Que el Señor responda a tu clamor en tiempos de dificultad; que el nombre del Dios de Jacob te proteja de todo mal. 2 Que te envíe ayuda desde su santuario y te fortalezca desde Jerusalén. 3 Que se acuerde de todas tus ofrendas y mire con agrado tus ofrendas quemadas.
4 Que él conceda los deseos de tu corazón y haga que todos tus planes tengan éxito. 5 Que gritemos de alegría cuando escuchemos de tu triunfo y levantemos una bandera de victoria en el nombre de nuestro Dios. Que el Señor conteste a todas tus oraciones. 6 Ahora sé que el Señor rescata a su rey ungido. Le responderá desde su santo cielo y lo rescatará con su gran poder. 7 Algunas naciones se jactan de sus caballos y sus carros de guerra, pero nosotros nos jactamos en el nombre del Señor nuestro Dios. (Salmo 20:1-7)