Read:
Matthew 1:1-17; Luke 3:23-38 (have fun pronouncing all the unusual names!!)
Reflect:
Ancestry is important. It helps identify who we are and gives us a place in history. We were not just dropped into this world as isolated individuals, but were born into a family with all its unique qualities and quirks: the good, the bad and the ugly. And so it was with Jesus. The Son of God actually became human and has a human history. Matthew’s account (which we will focus on here) traces Jesus’ ancestry from Abraham, through king David, to his birth in Bethlehem. The story gets quite messy. If you read the Old Testament accounts about many of the people in the list you will find a mixture of wonderful, faithful, disturbing, immoral, and downright evil behaviour patterns. That is the back story to Jesus’ birth. Nevertheless, God’s gracious and loving hand brought Jesus into exactly such a world to rescue it.
Abraham, who had the divine promise that through him all the families of the earth shall be blessed (Genesis 12:3), nevertheless struggled with a dysfunctional family (as the constant battles between Isaac and Ishmael show). King David, acknowledged by God as a man after his own heart (1 Samuel 13:14), committed adultery and murder regarding Uriah’s wife (2 Samuel 11). Abraham and David were genuine “heroes” for good in God’s purpose, even though they were flawed people like all of us. There were other “good” kings, like Hezekiah and Josiah, who achieved partial reforms in wayward Israel. On the other hand, Manasseh was particularly noted as a king who did much evil, though he repented in the end (2 Chronicles 33). Our Bible does not hide the weakness and failings of people, and only report the good. It seems that God both holds people accountable for their sins, and still uses them to further his kingdom purposes. He does not remove them from Jesus’ heritage in order to “cleanup” the list, but somehow works redemptively through them.
In unusual fashion Matthew also lists five women in Jesus’ genealogy. Some were of perceived suspect character and at least two were Gentiles (non-Israelites). Tamar (v 3) played the prostitute and lured her father-in-law, Judah, into a sexual liaison (Genesis 38). Rahab (v 5), the Canaanite prostitute who help the Israelites conquer Jericho (Joshua 6), became David’s great grandmother. Ruth (v 5), a Moabite widow (see Genesis 19:30-38 for the origin of the Moabites) was David’s grandmother. Bathsheba, though only referred to as the wife of Uriah (v 6), to highlight David’s adulterous guilt, was possibly at some level agreeable to the adultery. Some may even have suspected Mary (v 16) of impropriety because she was found to be pregnant before her marriage to Joseph (v 18). These women are not highlighted for our criticism, but to further illustrate the messiness of human life in which our gracious and forgiving God has chosen to work out his redemptive plans.
What then can we learn from this genealogy? First, God has always worked graciously and mercifully in and through flawed people. This is a great encouragement to us as we recognize our own flaws. Though God will not condone our sins, he can still redeem and use us. Secondly, the path to greater usefulness is through repentance (e.g., David) and faith (e.g., Rahab). Thirdly, we have the opportunity to learn from our ancestors, and the challenge to live in such a way that our descendants walk in the ways of the Lord.
Respond:
Let us respond with David’s prayer of repentance and petition for renewal by the Spirit.
1 Have mercy on me, O God, according to your steadfast love; according to your abundant mercy blot out my transgressions. 2 Wash me thoroughly from my iniquity, and cleanse me from my sin!…10 Create in me a clean heart, O God, and renew a right spirit within me. 11 Cast me not away from your presence, and take not your Holy Spirit from me. 12 Restore to me the joy of your salvation, and uphold me with a willing spirit. (Psalm 51:1-2, 10-12).
El adviento también es una historia humana
Lea:
Mateo 1:1-17; Lucas 3:23-38 (¡Diviértase pronunciando todos los nombres inusuales!)
Reflexione:
La ascendencia es importante. Ayuda a identificar quiénes somos y nos da un lugar en la historia. No fuimos arrojados a este mundo como individuos aislados, sino que nacimos en una familia con todas sus cualidades y peculiaridades únicas: lo bueno, lo malo y lo feo. Y así fue con Jesús. El Hijo de Dios se hizo realmente humano, y tiene una historia humana. El relato de Mateo (en el que nos centraremos hoy) rastrea la ascendencia de Jesús desde Abraham, pasando por el rey David, hasta su nacimiento en Belén. La historia se complica bastante.
Si lee los relatos del Antiguo Testamento acerca de muchas de las personas en la lista, encontrará una mezcla de patrones de comportamiento maravillosos, fieles, perturbadores, inmorales y francamente malvados. Esa es la historia de fondo del nacimiento de Jesús. Sin embargo, la mano llena de gracia y amor de Dios trajo a Jesús exactamente a ese mundo para rescatarlo.
Abraham, a pesar de tener la promesa divina de que por medio de él serían bendecidas todas las naciones de la tierra (Génesis 12:3), luchó con una familia disfuncional (como muestran las constantes batallas entre Isaac e Ismael). El rey David, reconocido por Dios como un hombre conforme a su corazón (1 Samuel 13:14), cometió adulterio y asesinato con respecto a la esposa de Urías (2 Samuel 11). Abraham y David fueron auténticos “héroes” en el propósito de Dios, a pesar de ser personas con defectos como todos nosotros. Hubo otros reyes “buenos”, como Ezequías y Josías, que lograron reformas parciales en la rebelde Israel. Por otro lado, Manasés fue particularmente conocido como un rey que hizo mucho mal, aunque al final se arrepintió (2 Crónicas 33).
Nuestra Biblia no oculta las debilidades y fallas de las personas para informar solo lo bueno. Parece que Dios responsabiliza a las personas por sus pecados y aún los usa para cumplir los propósitos de su reino. Él no los saca de la herencia de Jesús para “limpiar” la lista, sino que de alguna manera obra redentoramente a través de ellos.
De forma inusual, Mateo también enumera cinco mujeres en la genealogía de Jesús. Algunas eran de carácter sospechoso y al menos dos eran gentiles (no israelitas). Tamar (v 3) se prostituyó y atrajo a su suegro, Judá, a una relación sexual (Génesis 38). Rahab (v 5), la prostituta cananea que ayudó a los israelitas a conquistar Jericó (Josué 6), se convirtió en la bisabuela de David. Rut (v 5), una viuda moabita (ver Génesis 19:30-38 para conocer el origen de los moabitas) era la abuela de David. Betsabé, aunque solo se le menciona como la esposa de Urías (v 6) para resaltar la culpa adúltera de David, posiblemente estaba de acuerdo con el adulterio en algún nivel. Algunos incluso pueden haber sospechado que María (v 16) no era apropiada porque se descubrió que estaba embarazada antes de casarse con José (v 18). Estas mujeres no se destacan para nuestra crítica, sino para ilustrar aún más el desorden de la vida humana en la que nuestro Dios misericordioso y perdonador ha elegido llevar a cabo sus planes redentores.
Entonces, ¿qué podemos aprender de esta genealogía? Primero, Dios siempre ha obrado con gracia y misericordia en, y a través de, personas con defectos. Este es una gran motivación para nosotros a medida que reconocemos nuestros propias fallas. Aunque Dios no tolerará nuestros pecados, aún puede redimirnos y usarnos. Segundo, el camino hacia una mayor utilidad es a través del arrepentimiento (p. ej., David) y la fe (p. ej., Rahab). Tercero, tenemos la oportunidad de aprender de nuestros antepasados, y el desafío de vivir de tal manera que nuestra descendencia camine por los caminos del Señor.
Responda:
Respondamos con la oración de David por arrepentimiento y renovación Espiritual:
1 Ten misericordia de mí, oh Dios, debido a tu amor inagotable; a causa de tu gran compasión, borra la mancha de mis pecados. 2 Lávame de la culpa hasta que quede limpio y purifícame de mis pecados... 10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu fiel dentro de mí.
11 No me expulses de tu presencia y no me quites tu Espíritu Santo. 12 Restaura en mí la alegría de tu salvación y haz que esté dispuesto a obedecerte. (Salmo 51:1-2, 10-12).