Read:
Luke 2:1-7 (Daniel 2-4 can also be helpful reading)
Reflect:
Who really controls history? If we look at the centuries past and current realities it seems that the powerful, the influential, the rich, the rulers and emperors of this world are in control. Are they really? Is it possible that if we could pull back the curtain on this world’s affairs we would find a sovereign God whose holy and mighty hand governs human activity on earth? But how does that work? After all, humans are not puppets jerked around by some divine forces. How do the voluntary actions of human beings cohere with the supervising hand of God? The story of king Nebuchadnezzar in Daniel 2-4 is most instructive on this matter. Through various traumatic experiences he eventually came to know that the Most High rules the kingdom of men and gives it to whom he will (Daniel 4:25). This helps us understand how the sovereign hand of God was active through Caesar Augustus at the advent of Jesus.
Octavius took on the title Caesar Augustus (meaning, majestic) as the first Roman emperor. He brought unity to the Roman empire and established the Pax Romana (Peace of Rome), albeit by the edge of the sword. Israel was under his political and military control at the time of Jesus’ birth. His power seemed absolute and it was commonly acknowledged, in language akin to worship, that: Caesar is Lord! But was he really? Augustus decreed a census to be taken, probably for tax purposes, that required people to travel to their home town for registration. Little did he know, or care, that in so doing Joseph and Mary would have to journey to Bethlehem where the Messiah was predicted to be born (Micah 5:2; Matthew 2:6). In fact, he was thereby unwittingly partly responsible for the fulfillment of prophecy. Surely the hand of the Lord was in these events using the powers of this age to accomplish his greater purposes. For that matter, Joseph and Mary would have found the decree rather annoying, because it forced them to make a difficult one hundred kilometer trip by foot and donkey with Mary already late in her pregnancy. One wonders what their conversation about Augustus and his decrees was like.
Augustus was oblivious to the fact that he was an instrument in God’s hand. His arrogant claim to lordship was presumptuous and fleeting. In a few years followers of Jesus would boldly proclaim: Jesus is Lord! This meant that Caesar was not. The earliest Christian confession on record is: Jesus Christ is Lord. This was eloquently stated by Paul in Philippians 2:9-11:
9 Therefore God has highly exalted him and bestowed on him the name that is above every name, 10 so that at the name of Jesus every knee should bow, in heaven and on earth and under the earth, 11 and every tongue confess that Jesus Christ is Lord, to the glory of God the Father.
The dictators and rulers of this age may strut on the stage of history and pronounce their decrees, but when their commands conflict with the teachings of Jesus the courageous response is that of the apostles who said: we must obey God rather than men (Acts 5:29), because Jesus is Lord!
Several implications follow from these reflections. First, we respect all our leaders and pray that they will faithfully fulfill their responsibilities under God, while always staying true to our first loyalty which belongs to the Lord Jesus. Secondly, we honor regulations that may be annoying, inconvenient, or even costly to us, but fall within the proper parameters of civic law. Thirdly, we always trust that the hand of God is guiding affairs even when we don’t understand.
Respond:
1 Why do the nations rage and the peoples plot in vain? 2 The kings of the earth set themselves, and the rulers take counsel together, against the LORD and against his Anointed,
…11 Serve the LORD with fear, and rejoice with trembling. 12 Kiss the Son, lest he be angry, and you perish in the way, for his wrath is quickly kindled. Blessed are all who take refuge in him. (Psalm 2:1-2, 11-12)
César Augusto y el Adviento
Lea:
Lucas 2:1-7 (Daniel 2-4 también puede ser una lectura útil)
Reflexione:
¿Quién controla realmente la historia? Si miramos los siglos pasados y las realidades actuales, parece que los poderosos, los influyentes, los ricos, los gobernantes y emperadores de este mundo tienen el control. ¿Es así realmente? ¿Es posible que si pudiéramos correr el telón de los asuntos de este mundo encontraríamos un Dios soberano cuya mano santa y poderosa gobierna la actividad humana en la tierra? pero ¿cómo funciona? Después de todo, los humanos no son marionetas sacudidas por fuerzas divinas. ¿Cómo son coherentes las acciones voluntarias de los seres humanos con la mano supervisora de Dios? La historia del rey Nabucodonosor en Daniel 2-4 es muy instructiva sobre este asunto. A través de varias experiencias traumáticas, finalmente llegó a saber que el Altísimo gobierna los reinos del mundo y los entrega a cualquiera que él elija (Daniel 4:25). Esto nos ayuda a entender cómo la mano soberana de Dios estuvo activa a través de César Augusto en el advenimiento de Jesús.
Octavio asumió el título de César Augusto (es decir, majestuoso) como el primer emperador romano.
Trajo la unidad al imperio romano y estableció la Pax Romana (Paz de Roma), aunque a filo de espada. Israel estaba bajo su control político y militar en el momento del nacimiento de Jesús. Su poder parecía absoluto y se reconocía comúnmente, en un lenguaje afín al culto, que: ¡César es el Señor! ¿Pero si era así realmente? Augusto decretó que se realizara un censo, probablemente con fines impositivos, que requería que las personas viajaran a su ciudad natal para registrarse. Poco sabía, o le importaba, que al hacerlo, José y María tendrían que viajar a Belén, donde se predijo que nacería el Mesías (Miqueas 5:2; Mateo 2:6). De hecho, él fue sin saberlo en parte responsable del cumplimiento de la profecía. Seguramente la mano del Señor estuvo en estos eventos usando los poderes de esta época para lograr sus mayores propósitos. De hecho, José y María habrían encontrado el decreto bastante molesto, porque los obligó a hacer un difícil viaje de cien kilómetros a pie y en burro con María ya avanzada en su embarazo. Uno se pregunta cómo fue su conversación sobre Augusto y sus decretos.
Augusto ignoraba el hecho de que él era un instrumento en la mano de Dios. Su arrogante reclamo de señorío fue presuntuoso y fugaz. En pocos años, los seguidores de Jesús proclamarían audazmente: ¡Jesús es el Señor! Esto significaba que César no lo era. La confesión cristiana más antigua registrada es: Jesucristo es el Señor. Esto fue declarado elocuentemente por Pablo en Filipenses 2:9-11:
9Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres 10 para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, 11 y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre.
Los dictadores y gobernantes de esta era pueden pavonearse en el escenario de la historia y pronunciar sus decretos, pero cuando sus mandatos entran en conflicto con las enseñanzas de Jesús, la respuesta valiente es la de los apóstoles que dijeron: debemos obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5 :29), porque Jesús es el Señor!
Varias implicaciones se derivan de estas reflexiones. Primero, respetamos a todos nuestros líderes y oramos para que cumplan fielmente con sus responsabilidades ante Dios, permaneciendo siempre fieles a nuestra primera lealtad que pertenece al Señor Jesús. En segundo lugar, respetamos las normas que pueden ser molestas, inconvenientes o incluso costosas para nosotros, pero que caen dentro de los parámetros adecuados de la ley cívica. En tercer lugar, siempre confiamos en que la mano de Dios está guiando los asuntos aun cuando no entendamos.
Responda:
1¿Por qué están tan enojadas las naciones?¿Por qué pierden el tiempo en planes inútiles?
2 Los reyes de la tierra se preparan para la batalla; los gobernantes conspiran juntos
en contra del Señor y en contra de su ungido.
…11 Sirvan al Señor con temor reverente y alégrense con temblor. 12 Sométanse al hijo de Dios, no sea que se enojey sean destruidos en plena actividad, porque su ira se enciende en un instante. ¡Pero qué alegría para todos los que se refugian en él! (Salmo 2:1-2, 11-12)